sábado, 20 de septiembre de 2014

El Padre Nuestro, la Oración que Jesús nos dejó.

El Padre Nuestro
La mejor de las oraciones es el Padre Nuestro porque la enseñó Jesucristo Nuestro Señor, y porque contiene las siete peticiones más importantes que existen. 

El Santo Evangelio narra que los apóstoles dijeron a Jesús: "Maestro enséñanos a orar" y Él les respondió: 

"Ustedes pues, recen así: Padre Nuestro que estás en el Cielo, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad así en la Tierra como el el Cielo. Danos hoy el pan que nos corresponde; y perdona nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores; y no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del maligno." (S. Biblia, Mateo 6  9,13).



Jesucristo enseñó el Padre Nuestro, para indicarnos cómo debemos rezar y qué debemos pedir en la oración como hijos que somos de Dios. Al rezarlo, hablamos con Dios que es nuestro Padre Celestial. 

Jesús dijo: "¿Quién de ustedes, por más que se preocupe, puede añadir algo a su estatura?. Si ustedes no tienen poder sobre cosas tan pequeñas, ¿cómo van a preocuparse por las demás?.

Aprendan de los lirios del campo: no hilan ni tejen, pero yo les digo que ni Salomón, con todo su lujo, se pudo vestir como uno de ellos. Y si Dios da tan lindo vestido a la hierba del campo, que hoy está y mañana se echará al fuego, ¿qué no hará por ustedes, gente de poca fe?.

No estén pendientes de lo que comerán o beberán; ¡no se atormenten!. Estas son cosas tras las cuales corren todas las naciones del mundo, pero el Padre de ustedes sabe que ustedes las necesitan. Busquen mas bien el Reino, y se les darán también estas cosas." (S. Biblia, Lucas 12 25,31).

Dios está en todo lugar, especialmente en el cielo, en la tierra y en el Santísimo Sacramento del Altar. 

Jesús hizo esta maravillosa promesa: "Asimismo Yo les digo: si en la Tierra dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir alguna cosa, mi Padre Celestial se lo concederá. Pues donde están dos o tres reunidos en mi Nombre, allí estoy Yo, en medio de ellos." (S. Biblia, Mateo 18 19,20).

"La oración del Señor o dominical es, en verdad el resumen de todo el Evangelio" (Tertuliano, De oratione, 1, 6). "Cuando el Señor hubo legado esta fórmula de oración, añadió: "Pedid y se os dará" (Lc 11,9). Por tanto, cada uno puede dirigir al cielo diversas oraciones según sus necesidades, pero comenzando siempre por la oración del Señor que sigue siendo la oración fundamental". (Tertuliano, De oratione, 10).

Sabiamente, San Agustín apuntaba: "Recorred todas las oraciones que hay en las Escrituras, y no creo que podáis encontrar algo que no esté incluido en la oración dominical".

Santo Tomás de Aquino, señaló: "La oración dominical es la más perfecta de las oraciones [...] En ella, no sólo pedimos todo lo que podemos desear con rectitud, sino además según el orden en que conviene desearlo. De modo que esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino que también llena toda nuestra afectividad".

La expresión tradicional "Oración Dominical", es decir, "Oración del Señor", significa que la oración al Padre nos la enseñó y nos la dio el Señor Jesús. Él es el Maestro de nuestra oración. Por otra parte, como Verbo Encarnado, conoce en su corazón de hombre las necesidades de sus hermanos y hermanas los hombres y nos las revela: es el Modelo de nuestra oración.

Jesús no nos deja una fórmula para repetirla de modo mecánico. El Señor nos enseña a orar en común por todos nuestros hermanos. Porque Él no dice "Padre mío" que estás en el cielo, sino "Padre Nuestro", a fin de que nuestra oración sea de una sola alma para todo el Cuerpo de la Iglesia.


Las Siete Peticiones del Padre Nuestro

Padre Nuestro que estás en el cielo: 



Decimos Padre Nuestro que estás en el cielo, para honrar a Dios como Padre Misericordioso y para pedirle con la confianza de hijos que saben lo bondadoso que es su Padre. La expresión Dios Padre no había sido revelada jamás a nadie. Éste nombre nos ha sido revelado por Jesús. La Gloria de Dios es que nosotros le reconozcamos como "Padre", Dios verdadero. Le damos gracias por habernos revelado su Nombre, por habernos concedido creer en Él y por haber sido habitados por su presencia. Es necesario recordar que cuando llamemos "Padre" a Dios, debemos comportarnos como hijos de Él. 

Cuando oramos al Padre, le adoramos y le glorificamos con el Hijo y el Espíritu Santo, es decir, oramos en comunión indivisible con el Padre y su Hijo, en su único Espíritu Santo. No dividimos la divinidad, ya que el Padre es su "fuente y origen".

El Salmo 103, describe a Dios así: "Bendice, alma mía al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios, Él perdona todas tus ofensas y te cura de todas tus dolencias. Él rescata tu vida de la tumba, te corona de amor y ternura. Él colma de dicha tu existencia y como el águila se renuevo tu juventud. El Señor obra en justicia y a los oprimidos les da lo que es debido. Reveló sus caminos a Moisés y a los hijos de Israel sus proezas. El Señor es ternura y compasión, lento a la cólera y lleno de amor, si se querella, no es para siempre, si guarda rencor, es sólo por un rato. No nos trata según nuestros pecados ni nos paga según nuestras ofensas. Cuanto se alzan los cielos sobre la tierra, tan alto es su amor con los que le temen. Como el oriente está lejos del occidente así aleja de nosotros nuestras culpas. Como la ternura de un padre con sus hijos es la ternura del Señor con los que le temen, El sabe de qué fuimos formados, se recuerda que sólo somos polvo. El hombre: sus días son como la hierba, él florece como la flor del campo; un soplo pasa sobre él, y ya no existe y nunca más se sabrá dónde estuvo. Pero el amor del Señor con los que le temen es desde siempre y para siempre; defenderá a los hijos de sus hijos, de aquellos que guardan su alianza y se acuerdan de cumplir sus ordenanzas." (S. Biblia, Salmo 104 2,18).

Primera Petición:



Al decir, "Santificado sea tu Nombre", pedimos que Dios sea reconocido, honrado y bendecido en todo el mundo. 

Cuando Moisés preguntó a Dios: "¿Cuál es tu nombre?", Dios respondió: "Mi Nombre es Yahvé, que significa: "SOY EL QUE SOY", Yo hice a todos y a Mí nadie me hizo, yo gobierno a todos y soy dueño de todo" Este será mi nombre para siempre, y con este nombre me invocarán de generación en generación."  (S. Biblia, Éxodo 3, 14,15).

Segunda Petición: 

Al decir, "Venga tu Reino", pedimos que Dios sea reconocido y obedecido como Rey y Jefe Supremo por todas las personas del mundo, que reine en nuestras almas por medio de la gracia, y que un día nos lleve a su Reino en los cielos.



Tercera Petición:

Al decir "Hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo", pedimos la gracia de cumplir la voluntad de Dios aquí en la tierra de manera tan perfecta, como la cumplen los ángeles y los santos en el cielo.

Pedimos a Nuestro Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para cumplir su voluntad, su designio de salvación para la vida del mundo. Nosotros somos radicalmente impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con el poder de su Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra voluntad y decidir escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que le agrada al Padre.

Jesús dijo: "No bastará con decirme: ¡Señor!, para entrar en el Reino de los Cielos; mas bien entrará el que hace la voluntad de mi Padre del Cielo". (S. Biblia, Mateo 7, 21).




Cuarta Petición: 

Al decir: "Danos hoy nuestro pan de cada día", pedimos a Dios que nos dé buenas cosechas, dinero suficiente para conseguir el alimento del cuerpo y que nos conceda las gracias y ayudas necesarias para el alma.

Es hermosa la confianza de los hijos que esperan todo de su Padre. Pedimos no sólo por nosotros, sino por nuestros hermanos, en solidaridad con sus necesidades y sufrimientos.

Se trata de "nuestro" pan, "uno" para muchos: la pobreza de las Bienaventuranzas entraña compartir los bienes: invita a comunicar y compartir bienes materiales y espirituales, no por la fuerza, sino por amor.

El sentido específicamente Cristiano de esta cuarta petición se refiere al Pan de Vida: la Palabra de Dios que se tiene que acoger en la fe, el Cuerpo de Cristo recibido en la Eucaristía.

San Agustín decía: "La Eucaristía es nuestro Pan cotidiano [...] La virtud propia de este alimento es una fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus miembros para que vengamos a ser lo que recibimos [...] Este pan cotidiano se encuentra, además en las lecturas que oís cada día en la Iglesia, en los himnos que se cantan y que vosotros cantáis". 



Quinta Petición: 

Al decir: "Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden", pedimos que Dios nos perdone nuestros pecados así como nosotros queremos perdonar a los que nos han ofendido o nos han hecho males.

Aun revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de separarnos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos volvemos a Él, como el hijo pródigo, y nos reconocemos pecadores ante Él como el publicano. Nuestra petición empieza con una "confesión" en la que afirmamos, al mismo tiempo, nuestra miseria y su Misericordia. No obstante, al negarnos a perdonar a nuestros hermanos, el corazón se cierra, su dureza lo hace impenetrable al amor misericordioso del Padre. En la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia.

No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión. El perdón es la condición de la reconciliación de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí.

Nuestro Señor nos manda: "Y cuando se pongan de pie para orar, si tienen algo contra alguien, perdónenlo, para que su Padre del Cielo les perdone también a ustedes sus faltas". (S. Biblia, Marcos 11, 25,26). "Pero si ustedes no perdonan a los demás, tampoco el Padre les perdonará a ustedes". (S. Biblia, Mateo 6, 15).



Sexta Petición:

Al decir: "No nos dejes caer en tentación", pedimos a Dios que no nos deje consentir las tentaciones con que los enemigos del alma nos incitan al pecado". Esta petición implora el Espíritu de discernimiento y de fortaleza, los cuales permiten que aunque seamos tentados, resultemos vencedores ante las ocasiones de pecado.  No entrar en la tentación implica una decisión del Corazón que se consigue por medio de la Gracia del Espíritu Santo.



Enseña San Pablo: "Dios al permitir que nos vengan tentaciones, nos dará también el modo de resistirlas con éxito". (Santa Biblia, 1 Corintios, 10). Pero para eso hay que cumplir el consejo de Jesús: "Orad para que no caigáis en la tentación" (S. Biblia, Lucas, 22).

Séptima Petición:



Al decir: "Y líbranos del mal", pedimos que Dios nos libre de todos los males, de los peligros materiales y espirituales, y de las trampas del enemigo del alma.

Al pedir ser liberados del maligno, oramos igualmente para ser liberados de todos los males, presentes, pasados y futuros de los que él es el autor o instigador. En esta última petición, la Iglesia presenta al Padre todas las desdichas del mundo. Con la liberación de todos los males que abruman a la humanidad, implora el don precioso de la Paz y la gracia de la espera perseverante en el retorno de Cristo.

Después, terminada la oración, dices: Amén, refrendando por medio de este Amén, que significa "Así sea", lo que contiene la oración que Jesús nos enseñó.

Fuentes: Catecismo de la Iglesia Católica. Nueva edición conforme al texto latino oficial de 1997.
Nuevo Catecismo Católico Explicado (Según el Catecismo de Juan Pablo II). P. Gaspar Astete, P. Eliécer Sálesman.

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